En ocasiones el dolor puede persistir más tiempo del que pensábamos. Quizás hayas intentado aplacarlo con analgésicos. Quizás hayas recibido algún tratamiento manual. Y aun así el dolor se ha resistido a irse.
Sigue pasando el tiempo y continuas con un dolor que no comprendes y que incluso va en aumento afectando cada vez más a tu calidad de vida. Sin darte cuenta te vistes o te visten con la etiqueta de “paciente con dolor crónico”.
Debido a que no encontrar alivio tras múltiples tratamientos diferentes es muy frustrante, acabas perdiendo toda esperanza de recuperación.
Por desgracia, esto es muy común ya que la mayoría de los tratamientos se dirigen sólo a un factor. Por ejemplo, alguien va a que le den un masaje por su dolor muscular, pero no se tratan otros muchos factores que pueden estar provocando el dolor como es la preocupación del paciente por lo que le ocurre, la falta de sueño, sus niveles de estrés, etc.
En este texto vamos a hacer alusión a uno de los factores más importantes involucrados en el dolor persistente: las creencias de la persona que sufre dolor.
«Sufrimos más por lo que imaginamos que por lo que realmente ocurre.» JJ Boscà
¿Qué sucede cuando tenemos dolor?
El dolor siempre es una respuesta del cerebro a la preocupación por una o varias estructuras corporales.
El cerebro recoge las sensaciones provenientes de los nervios periféricos y analiza la situación en función de toda la información disponible en tu «disco duro». Toda esta información depende de tu contexto, experiencias previas, diálogos con profesionales, familia o amigos, etc.
Las horas de lectura sobre sintomatología en Google, te condicionan. Tus propias creencias sobre lo que te está ocurriendo, te condicionan. Tu historia personal, quien te ama y opina, tu contexto, todo entra en juego para elaborar tu respuesta dolorosa.
En otras palabras, lo que tú pienses sobre tu problema puede determinar en gran medida como experimentes el proceso doloroso.
En nuestra clínica de fisioterapia, pensamos que se deben abordar todos los factores implicados en el proceso doloroso de cada paciente de manera individual. Nuestros profesionales son capaces de detectar y abordar factores psicosociales que suelen estar implicados con mayor frecuencia en los procesos dolorosos más persistentes.
Para que podáis ver como trabajamos, os contamos el ejemplo de Miguel.
Hace 3 años Miguel tuvo que dejar de trabajar, correr y todas sus actividades diarias debido a múltiples episodios de dolor lumbar agudo.
Desesperado por la intensificación de su dolor crónico acudió a profesionales que le aconsejaron una intervención poco frecuente denominada discólisis percutánea. Lo que viene siendo una promesa en forma de inyección de ozono en el disco afectado.
No funcionó. Sus síntomas seguían siendo los mismos y debido al planteamiento tomado, la imagen que tenía de su propia columna vertebral se volvió aún más frágil. El miedo se apoderó de sus movimientos, transformando su manera de estar en el mundo para evitar sufrir más.
¿Puedes reducir tu dolor reeducando tus creencias?
Cuando Miguel llegó por primera vez a la Clínica estaba muy preocupado y entre otros aspectos, se apreciaba en él una notable kinesiofobia.
«Es difícil no sentir dolor, ni miedo a moverme (kinesiofobia) cuando pienso que mi espalda se va a romper o dañar si lo hago.»
Miguel acudió a consulta desesperado con la intención de que manipulásemos su cuerpo para reducir su dolor.
—Pero, ¿no es lo que ofrece normalmente una clínica de fisioterapia? ¿Actuar sobre la parte física?
Para rebajar el grado de preocupación, reducir la incertidumbre y la angustia emocional que su dolor implica, primero tenía que conocer su patología y comprender su dolor.
Miguel tenía que experimentar un cambio cognitivo que le ayudase a afrontar gradualmente sus actividades más dolorosas y temidas.
Comprender cuál es la causa del dolor y sus mecanismos nos permite tener más control sobre nuestro problema.
A más entendimiento, más control y menos dolor. Curioso, ¿no?
Para él, la renuncia al deporte había sido sin duda la más complicada. Le habían dicho que correr era malo para su espalda y puesto que le dolía, se lo creía. Miguel tenía niveles de actividad muy bajos y el reposo en vez de ayudarle, agravaba su dolor.
Por eso, nuestro primer objetivo fue aumentar progresivamente los pasos diarios de Miguel. Además le propusimos ejercicios de movilidad de la zona lumbar. Siempre y cuando no aumentaran a largo plazo sus síntomas.
Fuimos progresando a su ritmo hasta alcanzar los gestos más inquietantes o dolorosos, llegando finalmente a realizarlos con una mayor carga o peso del que solía levantar en su día a día.
Cuando su nivel de actividad aumentó lo suficiente y el dolor que experimentaba durante sus actividades diarias empezó a calmarse, iniciamos un protocolo progresivo para la vuelta a la carrera.
Vísteme despacio que tengo prisa. Empezamos por un ritmo muy cómodo y aumentamos de manera muy progresiva el tiempo corriendo. Solo después de haber alcanzado un buen volumen de entrenamiento, empezó a aumentar el ritmo.
Y los tratamientos pasivos en todo esto…
Ninguna técnica, ninguna máquina es válida en todo momento para cualquier persona. Por eso es tan importante para nosotros conocer la historia personal de nuestros pacientes.
Nos esforzamos en que mejores, incluso en los momentos más agudos, tomando en cuenta la totalidad de tus circunstancias. Ese es nuestro reto. La persona antes que su patología.
Miguel llegó muy delicado así que le aplicamos técnicas manuales suaves como el masaje o las movilizaciones de la zona lumbar sin aumentar el dolor para no agravar sus síntomas tras la sesión.
Poco a poco las técnicas pasivas dejaron paso a un tipo de terapia activa, en la cual se empodera al paciente para que se implique en su proceso doloroso. Todo esto teniendo como herramienta principal el ejercicio terapéutico.
Miguel es el vivo ejemplo de cómo entender tu problema puede ayudarte a tener control sobre él y actuar para decirle adiós al dolor crónico. Actualmente se encuentra bien. A veces vuelve algún dolor puntual en su día a día, pero ello no le impide seguir disfrutando de las actividades que le gustan.
Ha vuelto a correr. De hecho, la última vez que vino a visitarnos a la Clínica fue por unas molestias en la pantorrilla que sentía tras haber aumentado el ritmo corriendo. ¡Quién te ha visto y quién te ve, Miguel! Tu coraje y valentía son un gran ejemplo de que cuando se quiere, se puede.